viernes, 29 de abril de 2011

This is not the end













Dejado en su aparcamiento de rented cars nuestro querido Kia, la necesidad nos llevó a usar en San Francisco transportes públicos de muy distinto tipo: el tren BART que te lleva y te trae del aeropuerto, el autobús de toda la vida (nuestros favoritos: el 71, que te deja en la puerta del Toronado para tomar una cerveza y una pizza; y el 18, que te sube hasta el Museo de la Legión de Honor, en cuyo vestíbulo fresquito nos sentamos a decidir dónde comer y a esperar que el mismo 18 diera la vuelta y nos condujera de vuelta al centro), el tranvía, algunos de cuyos coches tenían los carteles en italiano porque eran de Milán, nada menos, y el cable, que hacía mucho ruido y del que nunca sabía cuándo bajar, de modo que saltaba con poca soltura temiendo que me riñera el conductor.
Por fin estábamos en un sitio en el que se podía pasear y lo cierto es que caminamos tanto que todavía tengo agujetas de subir tantas cuestas. Sólo íbamos a estar dos días, así que aprovechamos para hacer todo lo típico: nos compramos On the road en la Citylights, al lado del Jack Kerouac Adler, vimos los leones marinos en el pier 39, nos tomamos un capuccino en North Beach, nos conectamos a internet en un café lleno de gente guai, que en San Francisco parece abundar más que en NY, con sus alfombras para yoga y sus macs y sus platitos de fruta. Nosotros hacíamos lo que podíamos para aparentar, pero creo que se nos notaba que somos de provincia.
Conseguir la foto con el Golden Gate fue un tanto complicado. Queriendo ser más listos que nadie, emprendimos la búsqueda de Hawk Hill, un little park en una colina un poco alejado del centro desde el que habíamos leído que había unas vistas ideales del puente. Creo que no llegamos a encontrarlo, pero, tras subir empinadas cuestas de barrio residencial, alcanzamos la cima de uno que, si bien no dejaba ver el puente al completo, contaba con un banquito en sitio estratégico para ver el paquete océano+puente+ciudad. De todos modos, no nos resistimos a coger el bus y colocarnos debajo del puente, donde un amable ciclista se ofreció a capturar el momento.
La bolsa de monedas de oro había llegado a su fin y, cuando la abríamos, veíamos la araña del tebeo tejiendo su tela en la bolsa vacía. En realidad, fue un sobre verde el que hizo las veces de safety box o caja de caudales durante todo el viaje, un sobre decorado de manera exquisita, a pesar de que en la foto adjunta sólo se aprecia una de sus caras, la que cuenta con un hermoso lazo, ahora ajado por las inclemencias del viaje, igual que nosotros. Afortunadamente, las desgracias se acumularon todas en el último día (tarjeta tragada por un cajero, mano abrasada por café extremely hot, pérdida del ferry a Alcatraz). Estaba claro que los dioses querían nuestro regreso al hogar, que fue arduo y se nos hizo eterno. Toda una odisea, como diría mi abuela. Y al contrario de lo que dice Kavafis, no hallamos nuestra Ítaca pobre, sino que allí nos esperaba el cuerno de la abundancia en forma de pasteles de carne, fruta, verdurita fresca, ensaladilla rusa, botellas de agua, queso y fiambres varios, tortilla de patatas casera y un sinfín de manjares, todo ello fruto de la preocupación de nuestras mamis, a las que aprovecho para saludar desde esta tribuna de oradora-bloguera.



lunes, 25 de abril de 2011

3252

Ayer cerramos el círculo automovilístico y regresamos al Car Rental del aeropuerto de San Francisco con nuestro coche, bastante más sucio de como lo recogimos y con un octavo de depósito de gasolina. El total de millas recorridas asciende a 3252, según consta en el recibo que nos entregó la recogedora de coches. Ya nos habíamos acostumbrado al cambio automático y no nos habría importado seguir on the road una semanita más, pero las vacaciones no dan para tanto. Los últimos días con coche han sido muy divertidos porque hemos visto dos cosas que no abundan ni en Elx ni en El Campillo, ni siquiera en La Alberca, a saber: nieve y Océano Pacífico.
Después de Las Vegas pasamos la noche en Bakersfield, donde ya estuvimos hace unos días. Allí tratamos en vano de "dar un paseo por el centro" porque aún no nos hemos acostumbrado a la idea de que muchos de estos lugares no tienen centro. Así que seleccionamos en la lista de restaurantes de TomTom un japonés y allá fuimos, encontrando a nuestra llegada a la juventud local viendo un partido de basket y gritando como los garrulos de cualquier pedanía murciana. Pero se nos trató como clientes normales, que es lo que más me gusta, no como turistas a los que hay que explicárselo todo despacito y encajarles lo más típico del lugar.



La mañana siguiente recorrimos el Sequoia National Park con nuestro cochecito por una carretera que primero era verde, florida y con arroyos que embellecían el paisaje, pero que fue adornándose con montoncitos de nieve que iban aumentando de tamaño hasta convertirse en una capa que lo cubría todo y que alcanzaba cimas sorprendentes.





Y para acabar con los famosos contrastes californianos y sufrir más meteoros, ayer llegamos hasta el faro de Point Reyes, donde el ventistate te enreda el cabello aunque tengas cuatro pelos c¡omo yo. Para bajar hasta el faro hay que bajar (y luego subir, claro) un total de 308 escalones. Un cartel a la entrada de la escalera anuncia, como en el Infierno de Dante, el great effort que supone tal hazaña, pero hicimos caso omiso de la amenaza y bajamos. Para celebrar nuestro regreso triunfante, recorrimos la Highway 1, el tramo llamado Shoreline Highway, que va por la costa oceánica y que, en mi opinión, sería más divertida a bordo de un descapotable de ésos que lleva James Bond o Paris Hilton, cruzamos el Golden Gate, por el que hay que pagar un peaje de 6$, y enfilamos al aeropuerto.
Siguiente parada, San Francisco, aún no hemos salido esta mañana, pero por lo que vimos anoche al llegar, me da la impresión de que hay mucha gente extraña aquí y que la picaresca, unida a la mendicidad, está menos contenida que en NY. ¡Ya veremos!

viernes, 22 de abril de 2011

Las Vegas

Como ya anuncié en la entrada anterior, nuestro paso por Las Vegas no hizo saltar la banca. Pese a que toda la ciudad está organizada de forma que pases constantemente por delante de mesas de poker, máquinas tragaperras y zonas de apuestas deportivas, no nos fue difícil resistir la tentación (fundamentalmente porque no nos tentaba en absoluto) de jugarnos los cuartos que aún nos quedan. El dólar que metimos en una máquina fue devorado por ésta y ni siquiera nos enteramos de si jugamos a algo o no.





Hemos pasado dos días en este lugar laberíntico, en el que no se puede cruzar la calle por un paso de peatones, como en el resto del mundo, porque no hay posibilidad de acceder a la calzada, sino que se debe entrar en un casino, recorrer varias de sus salas de juego y después alcanzar, si hay suerte y no se desnorta uno, una pasarela que permitirá llegar al otro lado de la calle, previo paso por el casino de enfrente, con lo cual cruzar la calle puede llevar perfectamente 20 minutos. La desesperación puede surgir al cabo de una hora, cuando se hace claro que apenas se ha avanzado un corto tramo. Así no podíamos continuar, así que, tras el hastío del primer día, el segundo aprendimos la lección y nos limitamos a pasear por el centro comercial y, después de la siesta, recorrer el hotel, que se comunicaba con los tres o cuatro que tenía alrededor. Hubo momentos en que creímos estar perdidos, pero finalmente encontramos un pub pseudo-irlandés donde cenamos un fish&chips tamaño gigante y nos fuimos más contentos a dormir. Lo importante es integrarse en el espíritu del lugar y ayer casi lo conseguimos. Sólo nos faltó calzarnos unas chanclas y pasar de mesa en mesa jugando a las cartas y bebiendo brebajes de colores alucinantes en vasos enormes de plástico. Mañana hablaré de nuestra vuelta al mundo real, ahora tengo mucho sueño, señores.

G dixit:
Las Vegas (ese sitio mezcla de las calles de Blade Runner con las de Terra Mítica) está poblado por personajes nada glamurosos, nada que ver con el estilismo de New York. El elemento más curioso es el repartidor de papelicos de publicidad de servicios de sexo, la peculiaridad de esta horda de repartidores con estética de latin king , es la forma que tienen de agitar el folleto ante tus morros, con la que consiguen hacer un ruido horrible, parecido al de la vuvuzela, a la vez que casi, con un movimiento intencionado,  te lo meten por la boca.





Y por fin llegamos al Gran Cañón. Todavía no hemos pagado por entrar en ningún National Park. Puesto que esta semana es Easter, la entrada es gratis para fomentar las excursiones en familia. De todos modos, cada entrada al parque está controlada por un ranger, que espera a los coches en una caseta como la de los cobradores de peaje de autopistas, preparado para darte un planito y apuntar en su libreta de dónde vienes. El ranger con quien hablamos cuando entramos en el Grand Canyon National Park, al saber que veníamos from Spain, empezó a murmurar unas cosas ininteligibles para mí y a rebuscar entre sus trastos por toda la caseta. Yo no sabía bien si la conversación había terminado y debía arrancar o si estaba buscando algo para darme. Finalmente, metió la mano en su mochila roñosa y sacó lo que quería enseñarnos: nada más y nada menos que un Quixote que estaba leyendo y que, añadió, le resultaba very funny (sic). Alabamos su gusto y continuamos nuestro camino, dudando si tal vez no tendría en su mochila roñosa un ejemplar de la obra más significativa de cada literatura para mostrar a los viajeros de orígenes diversos y ganarse así su admiración.
Ésa noche íbamos a dormir en un lodge casi casi al lado del Gran Cañón. No tenía muy claro si eso del lodge no sería un albergue con camastros y agua fría, pero, de nuevo, me equivocaba. Un recepcionista muy lento nos dio dos tarjetitas para abrir la puerta de una habitación perfectamente equipada, con tele, microondas, cafetera y, lo más importante de todo, agua caliente en una ducha nuevamente mono-mando y de chorro de potencia fija, como suelen ser todas por estos lares. Hasta nos dio tiempo de ver el celebrado atardecer en el Gran Cañón, como puede observarse en la foto adjunta. Para la ocasión, recuperé el modelito NY consistente en abrigo de Martita+medias tupidas, única manera a mi alcance de resistir el fresquito nocturno. Al día siguiente excusamos el madrugón para ver amanecer y nos conformamos con dar un paseo matutino por el caminito que bordea el abismo, pues pronto hubimos de poner rumbo a Las Vegas, ciudad laberíntica en la que hemos jugado (y perdido) en las tragaperras del hotel la cantidad total de un (1) dólar. De ello hablaré en otra ocasión.

jueves, 21 de abril de 2011

Sacaperras y tragaperras


Ayer estuvimos casi todo el día por territorio Navajo, básicamente esta gente se dedica a gestionar casinos y a vender objetos (algunos parecen sacados de cualquier chino de Murcia), de índole y utilidad desconocida, en covachas  dignas de vender melones camino de la playa.
De repente, en medio de la nada, te aparece un Megacasino, coronado con alguna simbología india (algún indio haciendo el ídem), con miles de coches aparcados, que no me imagino de donde pueden haber salido, y con numerosos carteles que te animan a que contribuyas a aumentar la riqueza de la nación navaja.
No he conseguido saber dónde vive esta gente, no hemos visto pueblos propiamente dichos, solamente algunas caravanas diseminadas en el paisaje; estarán retirados en sus cuarteles de invierno. La mayor acumulación la vimos en un Burger King, donde incluso podías hacer el pedido en código navajo  (que debe de ser muy difícil ya que ni siquiera los nazis pudieron descifrarlo, la idea de un nazi-indio me acaba de venir a la cabeza),  plagado de adolescentes indios imitadores de Tokyo Hotel, y con la tabla de skate en la mano. Por cierto, aquí en todos los burgermacdonaldjackintheboxwendys que te encuentras, la coca-cola te la rellenas tú mismo tantas veces como quieras, lo que daría que pensar que en cada grupo de amigos solo pagara uno y los demás bebieran de gratis, pero no, en todas las mesas hay tantos vasos como personas; nosotros evidentemente solo pagamos una y bebemos todo lo que podemos, incluso de esa cosa tan mala y que tanto les gusta llamada Dr Pepper.
 El territorio de esta gente incluye el Monument Valley, imagen vista mil veces en las películas del oeste, esas películas que ahora han quedado relegadas a televisiones comarcales de cuarta división. La verdad es que el chiringuito lo tienen bien montado y el paisaje es espectacular, y me gustó llegar después de varios días sin ver a ningún hombre blanco,  y ver los autobuses de japoneses, todos con su mascarilla (el aire del desierto es muy malo), haciendo fotos a las piedras.

lunes, 18 de abril de 2011

Santería












Deseosos de conocer la arquitectura típica de Santa Fe, tan comentada y alabada en folletos turísticos diversos, hoy hemos aplazado la continuación de nuestro road trip hasta el mediodía y nos hemos dado una vuelta para ver a la luz del día la Basílica de Saint Francis Asissi, o San Francisco de Asís. Por supuesto, amigos ilicitanos, la de Santa María es incomparablemente más hermosa y con más encanto, pero al menos la de Santa Fe contaba con un via crucis o way to the cross, pintado por una artista local que me gustó especialmente porque pensé que bien podía estar colgado en los pasillos del colegio de El Bojar, por su estilo naif, tirando a escolar. Mientras miraba estas cosas, se me acercó un señor que debía de ser guía-voluntario de la Basílica, por si tenía alguna pregunta que hacer. Lo cierto es que no tenía ninguna, pero por aquello de practicar el inglés, le comenté lo wonderful que eran las windows y acabamos hablando del camino de Santiago y de Sevilla, dos conceptos que a los americanos deben de resultarles muy atractivos. Yo afirmé que mi grandma vive en Sevilla y él, poco después, dijo que Santa Fe era, después de Nueva York y Los Ángeles, la ciudad estadounidense que más arte vende, pero creo que ninguno de los dos se creyó totalmente lo que dijo el otro.






La Arquitectura típica del lugar era estilo Picapiedra y eso es todo lo que puedo decir acerca de este asunto, salvo que la presencia en la ciudad de una escuela de bellas artes la había llenado de esculturas y obras diversas al aire libre, producto, supongo, de alumnos de la tal escuela, como esta santa con un ojo en la garganta.





Esta noche dormimos en Farmington, aún Nuevo Mexico. Mañana volveremos a Arizona para ver el Gran Cañón y, de ahí, a Las Vegas. Hasta entonces, no tendremos conexión a internet, así que siento comunicar que no habrá más noticias sin importancia hasta dentro de un par de días, si es que el tornado no nos lleva por delante, junto con las pocas vacas que se ven pastando. Digo esto porque hoy, al poco de llegar al Confort Inn de Farmington, hemos bajado a la gasolinera más cercana (es lo más parecido a un paseo que se puede hacer aquí) a comprar zumito y agua y, al salir, se había levantado una ventolera terrible que nos ha traído recuerdos de El mago de Oz y de la bruja en bicicleta.

domingo, 17 de abril de 2011

Balloons



Con el calor que está haciendo estos días en Arizona y la de millas que hemos recorrido, el coche de alquiler se ha quedado viejo en dos días. Es que teníamos que haber insistido en que nos dieran un Ford... Que no, no os preocupeis, nuestro Optima está en óptimo estado. De hecho, esta noche lo tenemos aparcado justo enfrente de la habitación, en el Santa Fe Motel&Inn.

Hoy hemos dejado atrás Arizona y hemos entrado en Nuevo Mexico. Me gustan mucho las matrículas de aquí, cada estado tiene un diseño propio y algunas parecen de broma. La de Arizona lleva un cactus pintado junto a los números y letras; la de Nuevo Mexico, un globo aeróstato sobre un atardecer anaranjado. No sé bien qué relación tiene el globo con el estado, pero al pasar por Albuquerque, he visto un cartel que señalaba la entrada al Balloon Museum. No creo que sea muy entretenido, a no ser que la entrada incluya viaje en globo, siquiera sea con una cuerda atada a la cesta para que no se eleve demasiado y acabe una de turismo entre los selenitas, como le pasó a Luciano, o entre los mongoles, como le pasó al Capitán Trueno, aunque no estoy segura de ninguna de las dos aventuras.

Ayer acabamos en un hotel de Flagstaff, localidad montañosa que no llegamos a visitar porque no teníamos muchas ganas de salir. Preferimos quedarnos en el salón común con cabeza de ciervo y mueblería rústica. Era un lugar agradable, pero los pasillos recordaban a los de El resplandor y daban un poco de miedo. Hoy hemos llegado hasta Santa Fe y, después de aparcar a la puerta de la habitación, como ya he dicho, hemos entrado en ella y hemos encontrado el cuarto de baño decorado con chiles, esos pimientitos picantes. Me ha parecido un detalle adecuado al lugar, pero ni por un momento he pensado en dejarme llevar por el ambiente y pedir jalapeños o enchiladas para cenar. Ya tuve bastante esta mañana con la ensalada Southwest que comí en un McDonalds de carretera, aderezada con salsa marca Paul Newman, y con un picantor cuyo origen no pude identificar entre los ingredientes de la ensalada. Comida picante nunca más! Para evitarlo, y para compensar la mencionada fast food de carretera, hemos cenado en el Café Pasqual, un sitio un poco finolis, con platos cuyo título ocupaba dos líneas en la carta y que prácticamente hemos cerrado (ya sólo quedaba un grupo un tanto pedante a nuestro lado en todo el café, de ésos que comentan con el camarero la composición del postre) a pesar de que no eran todavía ni las 10 pm. Y hablando de horas, anuncio a mis lectores que ahora la diferencia con Spain es de 8 horas.

sábado, 16 de abril de 2011

Carreteras desolás


Mamota me había amenazado repetidas veces con la idea de que, si cogíamos un coche y nos adentrábamos en zonas desérticas, lo único que encontraríamos serían carreteras desolás. Y hoy tengo que darle la razón. Ayer salimos de Bakersfield en dirección a Barstow, donde la guía turísitica situaba un ghost town al que no pudimos resistirnos, pese a que los carteles que lo anunciaban en la carretera presagiaban una disneylandia de cartón-piedra. Efectivamente era eso, pero nos tomamos un café en el saloon (supongo que en el s. XIX los mineros del pueblo se hubieran reído de nosotros) y seguimos adelante.

De la I-15, que pasa por encima del desierto de Mojave, sale la Kelbaker Road, que atraviesa la zona, entre dunas de arena y árboles de Josué, hasta llegar a la ruta 66. Ahí se cumplió la amenaza materna, si no totalmente, puesto que algún que otro coche nos cruzamos, sí en su mayor parte.

Ahora nos espera el Juicy Famous River Café, para el que la gordísima recepcionista de nuestro hotel de Needles nos dio ayer vales-desayuno. Aquí el mundo sigue, ajeno al Madrid-Barça. A la tarde escribiré algo más.

viernes, 15 de abril de 2011

Playas y misiones


Ayer, después de muchas deliberaciones, alquilamos un coche en San Francisco International Airport. Lo habíamos reservado el día antes por internet, pero, como suele ser habitual, al llegar al mostrador nuestro gestor de alquiler Zazi nos ofreció grandes maravillas por pocos dólares más y acabamos contratando un seguro de asistencia 24 hours (si se nos queda la llave dentro del coche, vienen a rescatarnos, y si nos levantamos un día y nos encontramos con una dead battery, también) y un coche más grande de lo que habíamos pedido, pero supongo que ganamos en seguridad. Es un Kia Optima de los que se gastan aquí, bien grandote, y, por supuesto, automático. Nos costó un poco adaptarnos a eso de que no tuviera marchas. Tras unas vueltas por el aparcamiento del aeropuerto y unos cuantos frenazos incomprensibles, descubrimos el misterio del automático: no hay que pensar, no se cala, sólo hay que acelerar y frenar, y olvidarse del embrague. Pero sí hay que ponerle gasolina, o you must pump, como se dice aquí. De la barata, of course.

Con estos conocimientos adquiridos de forma autodidacta, cogimos la Highway 1 o Cabrillo Highway hacia Monterey y Carmel, carretera playera y frondosa al mismo tiempo, con velocidad máxima de 45 millas por hora. Por no abusar el primer día, reservamos una habitación en Carmel, que está a unos 200 km. de San Francisco, lugar que yo esperaba playero, pero del estilo Benidorm. Qué equivocada estaba!! Resultó ser un pueblo costero de casitas de categoría, con un ambiente francamente pijo. Baste decir que no había ni un solo chiringuito, ni una tienda de flotadores y demás trastos playeros. Cuando bajamos paseando hasta la playa era la hora del atardecer y el momento era de reportaje de boda.

Esa tarde, antes de Carmel, paramos en la Misión de San Juan Bautista. Resulta que a California, en el siglo XVIII, vino de España un tal Junípero Serra a evangelizar a los indios y fundó una serie de Misiones, un mix iglesia-convento-escuela que forman una línea llamada El Camino Real. Si se baja la carretera 101, unas campanitas a lo largo del camino van señalando esa línea. En fin, la de San Juan Bautista estaba cerrada cuando llegamos, pero ayer entramos en otra, la de San Miguel, donde, según indicaba una placa, estaba enterrado el primer indio cristiano. Había también en el jardín una prensa de aceite y otra placa que explicaba cómo se hacía el aceite. A su alrededor, varios olivos dejaban caer su fruto al suelo sin que nadie lo recogiera. Me parece que, cuando Fray Junípero llegó y fundó ahí la Misión, se empeñó en lo de la prensa de aceite y, mientras vivió, los indios le hicieron caso y fabricaron el aceite, que añadirían a sus ensaladas locales, pero que cuando murió el fray, exclamarían "¡qué alivio! ya nos hemos librado del aceite ése" y dejaron la prensa como curiosidad para enseñar a los turistas.

Paramos en San Luis Obispo a comer, dejamos el coche aparcado, echamos dinero en el parkimetro, pero como autenticos pardillos de viaje tenia que haber algún motivo por el que nos pusieran una multa. Éste fue el dejarlo aparcado en sentido contrario. Temerosos de que las autoridades colgaran la foto de nuestro coche el las oficinas del Sheriff de todo el estado, fuimos a la Traffic Office a dejar nuestro nombre en buen lugar y pagar los 33$ de multa. Debíamos de ser los únicos turistas que aparecian por allí en años y ellos, buenos anfitriones, dijeron que se hacían cargo de la multa. Nosotros evidentemente aceptamos la oferta.

Anoche dormimos en Bakersfield, en un motel de los de las películas, con el coche aparcado en la puerta y camioneros fumando en las ventanas. Aquí los camiones no son del estilo aerodinámico que se ven en la ruta Esparragal-Elche, sino de esos que dan miedo cuando se acercan al coche por detrás, como el de El diablo sobre ruedas. Hoy partimos hacia Barstow y el desierto de Mojave, llenaremos el tanque hasta arriba por si las moscas.

miércoles, 13 de abril de 2011

Y que no haya una ducha normal, ni en una costa ni en la otra



Ayer dejamos NY y nos trasladamos a la costa oeste. Mi esperanza es que aquí haga un poco más de calor, que es lo que uno espera de California. Si mis esperanzas se cumplen, podré abandonar el modelo que he llevado de manera perenne en NY y que consiste en abrigo de Martita+pañuelo al cuello, bien apretadito+medias tupidas (opaque, las llaman aquí). Os dejo una foto al estilo elrincondemoda, con cabezita cortada. Thank you very much, sister!! Sin tu ayuda ropística habría pasado mucho frío con mi blazer!! Los complementos imprescindibles son los de la imagen siguiente: el plano ya arrugado de Manhattan y la Metrocard para 7 días, que también usaba Asterios Polyp cuando comenzó su viaje post-tormenta.

El vuelo a San Francisco fue un poco pesado, pero teníamos reservado un hotel al lado del aeropuerto al que llegamos en seguida y que contaba en sus inmediaciones con un Wendy's donde pudimos degustar una Fresh Fillet Burguer o hamburguesa de pescado con impagables vistas a la carretera.

Esta mañana aún no he salido a la calle. De hecho, son las 7.30 a.m. y en seguida bajaremos a desayunar. Pero ya puedo sacar dos conclusiones de mi estancia tangencial en San Francisco: a) aquí hace tanto frío como en NY, y b) como indica el título de esta entrada, no hay manera de encontrar una ducha que tenga un grifo normal, o lo que yo entiendo por normal, esto es, el mío. ¿Cómo es posible que no se pueda graduar la cantidad de agua que sale de la ducha, sino que la presión del chorro es única y, por cierto, terrible por lo potente? Sólo puede graduarse la temperatura, y demos gracias por ello, pero el chorro viene marcado de serie. De todos los hoteles en los que hemos estado, éste de aeropuerto tiene el chorro más homogéneo; los anteriores tenían un chorro irregular, en ocasiones acompañado de una cortina de ducha tan cortita que el agua se escapaba por entre la cortina y el borde superior de la bañera e inundaba el espacio. Por no hablar de los mecanismos para pasar de grifo-baño a alcachofa-ducha, hay que estar media hora pensando antes de la ducha para dilucidar cómo se consigue ese paso. Ayer tuve que llamar a recepción porque ya no sabíamos qué más hacer. La respuesta de David, el recepcionista, fue clara: just pull it. Del brochón, ni hablamos.

Como supongo que a ciertos lectores les aburren estos temas, tal como han expresado repetidas veces, dejo aquí la entrada de hoy y prometo otra más playera próximamente.

Next stop: Monterey y Misión de Juan Bautista.

martes, 12 de abril de 2011

Manhattan

10 consejos para viajeros en Manhattan

  1. Huye de los sitios para comer que recomiendan las guías, normalmente son trampas para turistas.
  2. Las mejores vistas de la ciudad no son desde el Empire State, sino desde el Rockefeller Center, desde donde se ve entre otras cosas el Empire State.
  3. En el improbable caso de que vengas a Nueva York con una manta eléctrica, si la has comprado en el Lidl, puedes dejarla en España, aquí no funciona.
  4. Si solamente vas a ver un museo, te recomiendo el Metropolitan Museum of Art. La entrada sugerida es de 20$, pero como buenos españoles pagaremos un par de dólares.
  5. En todos los restaurantes puedes pedir agua, que corre por cuenta de la casa. No sabe a cloro.
  6. En el improbable caso de que en Nueva York te compres una manta eléctrica, puedes dejarla ahí, no sirve en España.
  7. El puente que aparece en la película Manhattan de Woody Allen no es el puente de Brooklyn, es el puente de Queensboro. El banco de la película no existe. No es un sitio que aparezca en las guías, por tanto puedes tirarte  media horita a solas.
  8. Si tropiezas con alguien, discúlpate. Los únicos que no lo hacen son los españoles.
  9. Según la ley en Nueva York es ilegal tirar pelotas a la cabeza da la gente por diversión. No se puede pasear en domingo con un helado en el bolsillo.
  10. Si pides un taxi, dale la dirección por escrito, o te puede pasar que confunda Worth Street con Wall Street y te dé una vuelta por las calles más atascadas.

Bueno, hoy dejamos esta ciudad y nos vamos a San Francisco, haciendo escala en Charlotte, creo que en Carolina del Norte, pero vaya usted a saber. Hemos pillado un vuelo sobre la marcha, un coche e intentaremos disfrutar un poco del Big Sur.







domingo, 10 de abril de 2011

Domingo en el parque



Como no podía ser de otro modo, hoy domingo hemos ido a pasear por Central Park. Era la última mañana que pasaría con nosotros el testigo, así que le dejamos elegir la ruta y el lugar para el café de media mañana. Éste fue un Starbucks, donde nos tomamos un capuccino de tamaño gigante en sí, aunque el más pequeño en relación con los restantes tamaños, acompañado de un old style donought, que estaba muy rico, si bien me costó elegir entre eso y el Mallorcan Sweet Bread que se exhibía en el mostrador a su lado y que no era otra cosa que una ensaimada. Mientras esperaba mi turno, me fijé en las tazas que había a la venta, con intención de elegir una y cumplir con un encargo que se me ha asignado, pero eran todas de tamaño aún más gigante que el capuccino que me esperaba o directamente un termo para llevar a la oficina... la búsqueda de una tacita de expresso continúa pues.

El paseo por el parque fue francamente agradable. Vimos familias con niños, gente en bici, ancianos en silla de ruedas, carros tirados por caballos, un grupo cursi haciendo en un prado un corazón de pétalos y flores, e incluso vimos un cadáver tirado a la orilla del camino. Nos dio un poco de repelús tocarlo, así que nos limitamos a hacerle un foto que muestro ahora al mundo.

Ya que estábamos con la cámara, hicimos la última foto de grupo y nos quedó en plan estrellas del rock. El testigo, si os fijáis bien, porta atada al cinto una bolsa del STEPV. En ella va una copia de nuestro certificado extendido de matrimonio y una manta eléctrica enrollada. En estos momentos, debe de haber facturado sus maletas en el aeropuerto y estará esperando embarcar de regreso a su patria. Espero que la hamburguesa de "angus beef" con denominación de origen que se ha zampado en el Lexington Candy Shop le siente bien. A mí el tuna salad sandwich me ha dejado tan llena que me ha quitado las ganas de pedir postre.

Terraza y facturas



Hoy iba a ser el día en que dejaríamos el hotel Affinia, recogeríamos un coche de alquiler, enfilaríamos la interestatal correspondiente y nos dirigiríamos a la Blue Ridge Parkway. Pero, para alegría de mamota, los planes automovilísticos se han tenido que cancelar y habremos de recurrir al avión para desplazarnos. Hemos decidido quedarnos otros tres días en NY, pero no podía ser en el hotel do nos alojábamos, de modo que esta mañana nos hemos trasladado al Confort Inn de la 8th Ave.

No obstante, como habíamos leído maravillas de la terraza que tenían montada en la azotea del Affinia, ayer por la tarde subimos a echar un vistazo, aunque suponíamos que estaría cerrada. No lo estaba, pero no había ninguna terraza trendy en funcionamiento, seguramente por el frío que está haciendo, que invita poco a sentarse en lo alto de un edificio y disfrutar de las heladoras noches de la ciudad. No quiere eso decir que estuviera cerrada, ni mucho menos; en estos momentos, las sillas están apiladas y las mesas cubiertas, pero se ha convertido en sala de fumadores y mirador para huéspedes. Las vistas son, como nos gusta decir a los turistas, espectaculares y nos hicimos las fotos pertinentes. La recorrimos con calma y nos despedimos del lugar, pensando que no volveríamos a subir ahí, pero nos equivocábamos. En efecto, cuando esta mañana hicimos el check-out, la cuenta del minibar y de la conexión a internet superaba con creces el crédito de nuestra tarjeta, así que, para pagar la factura, nos vimos obligados a prestar ciertos servicios al hotel. En concreto, la tarea que se nos encomendó fue la de pasar el mocho por toda la terraza, labor que G. realizó con acribía, como puede observarse en la imagen adjunta.

En el Confort Inn, por si acaso, hemos pagado por adelantado.

viernes, 8 de abril de 2011

The Holy Bible


Pues sí, en el cajón de la mesilla de noche del Affinia Shelbourne Hotel, donde nos alojamos, hay una Biblia. Aquí os muestro un pequeño montaje con los cojines decorativos de la cama y las sagradas escrituras, traducidas por la New York Bible Society.

Y hablando de Biblias, de camino al Carnegie's Deli (uno de los mayores engaños de las guías turísticas, boicot al sandwich de pastrami!), hemos pasado por el MOBIA, el Museum of Biblical Art, del que no habíamos oído hablar nunca, pero nos pareció interesante, al menos por los carteles de pantocratores, si es que este plural existe, que decoraban la entrada. Si tenemos un rato, nos acercaremos con ánimo de entrar.

Sócrates en Queens



Esta mañana nuestros pasos nos han llevado a un barrio de Queens, el Astoria, que tradicionalmente había sido el barrio griego pero que ahora se ha tornado multicultural, no en plan cool, sino en plan pobrete. No obstante, ese toque pobrete lo hacía muy interesante y divertido, porque nada ahí parecía estar diseñado para el turista. El objetivo del paseo era visitar el Socrates Sculpture Garden, un jardín a la orilla del East River en que se exhiben esculturas de artistas diversos. Al llegar, descubrimos que estaban retirando unas esculturas y colocando otras, de modo que el jardín estaba lleno de currantes/artistas que pintaban barras metálicas y cavaban agujeros y hacían no se sabe bien qué. Lo único que se mantenía en pie eran las esculturas con las que interactuamos (cual gamberretes o espectadores integrados en la obra, como gusteis), tal como puede observarse en las imágenes que acompañan este texto.

Como la zona nos pareció divertida, alargamos un poco el paseo. Ello nos permitió descubrir la Hermandad Pansamia Pitágoras, que, supongo, hermana a todos los samios, esto es, habitantes de Samos, como la hetera Aspasia, que habitan en NY. También Pitágoras era de Samos, pero creo recordar que vivió en la Magna Grecia y que fundó allí su escuela. No sé si a los hermanos pansamios se les exigirá ser pitagóricos y defender aquello del árithmos. ¿Qué pasará si a un pansamio de éstos considera que el universo no es árithmos, sino ápeiron? ¿Lo expulsarán de la hermandad? ¿Le pedirán doble cuota de socio? Para evitar pensar en tales cuestiones insolubles y para calentarnos un poquito nos metimos en un diner decorado con motivos griegos y nos pedimos un egg sandwich, que comimos con mucho gusto al lado de una señora que, con idéntico gusto, se estaba zampando un pedazo gigantesco de tarta.

Explosions in the Sky

Finalmente tuvo lugar el evento matrimonial. La cosa no duró más de media hora, pero entre preparativos previos y papeleos posteriores estuvimos toda la mañana liados el groom, la bride y el witness.

Bien tempranito nos colocamos la corbata de Lanvin uno, la coronita otra y nos montamos en un taxi que nos llevó, tras ciertos rodeos motivados por problemas de pronunciación (míos) y de comprensión (del taxista), hasta el City Clerk. Allí, como ya esperábamos, no tuvimos más que coger número y esperar cinco minutos a que el oficiante, llamado James Mitchell, nos diera a elegir entre la West Chapel y la East Chapel. Escogimos la primera porque la East era un poco cursi, todo de color de rosa. Como dice Borges en La casa de Asterión, la ceremonia apenas duró unos minutos, aunque él se refería a la muerte del Minotauro y yo a ese discurso que hemos oído en las películas tantas veces: "si hay alguien en esta sala que no desea que..." Ni al testigo ni al fotógrafo serbio Goran, únicos espectadores del evento, se le ocurrió ningún motivo para detener aquello, de modo que todo siguió adelante, dijimos un "yes" y nos dieron un certificado, para el que compramos una fundita por 5'50 $ con un sello dorado muy hortera que creo que es una especie de escudo de Manhattan y que muestra a un indio con taparrabos y a un europeo armado hasta los dientes.

Las gestiones post-marriage se alargaron un poco más de lo esperado. Primero teníamos que solicitar un certificado extendido, depués ir a que nos lo sellaran en la Supreme Court, cuyo vestíbulo tenía el techo decorado con pinturas alusivas a diversos legisladores, entre los que estaban Solón de Atenas y Hamurabi, el del código de idem; por último, conseguir la famosa apostilla de la Haya fue un tanto más pesadico porque había bastante cola. Se ve que aquí hay muchas cosas que apostillar. En fin, allí nos dieron las 2 p.m. y la reserva en Tony's nos aguardaba. Nuestra camarera fue amable y simpática hasta la naúsea, como es habitual aquí, y nos recomendó un califormian wine que bebimos en cantidad de 2 botellas, lo cual nos hizo regresar tambaleantes al hotel. En el momento de pagar la cuenta, se echó mano del sobre verde decorado espléndidamente con un lazo y, por suerte, hubo suficiente.


Pero el día no acabó ahí. Disponíamos de entradas de mezzanine para ver a Explosions in the Sky + Low en el Radio City Music Hall y, aunque a punto estuvimos de perder al testigo y su poncho de lluvia en el maremagnum de policías registradores de la entrada, pudimos alcanzar nuestros asientos y, botella de Sprite en mano, enjoy the concert.


Un día muy completo, vaya que sí.

martes, 5 de abril de 2011

Too much relleno


Una de las cosas que menos me gusta de los viajes es el hecho de que, aunque me proponga lo contrario, siempre acabo alterando mi horario de comidas, hasta tal punto que hoy, a las 2.30 p.m., estaba en The Hungarian Pastry Shop, tomando un café gigantesco y unas galletitas shapeadas, unas en forma de hoja o filomorfas, otras antropomorfas, otras ovomorfas, en vez de estar comiendo un bocata de jamón. Y no es algo poco habitual aquí, la cafetería estaba llena de estudiantes y otros personajes, todos a un MacBook pegados, zampando bollos y galletitas pluriformes. Dado que mi inglés no es de nivel avanzado, no llego a entendser con detalle de qué hablan estos personajes urbanos. Si a eso sumamos mis costumbres provincianas, resulta que me parece que todos cuentan a sus interlocutores cosas interesantísimas, que hablan de poesía underground o de derechos humanos. Su pose contribuye a ello. La mayoría son lo que mi tía de Sevilla llamaría un "notas", con sus cabelleras revueltas, su aspecto cuidadamente desgarbado y un ligero toque freak. Debe de ser muy duro ser un estudiante de NY...

Tras el café en la Pastry Shop, una breve visita al Metropolitan, donde predomina la pose-turista, y, de nuevo a deshoras, una comida-merienda-cena en un bar de bagels, bocadillo-rosca de relleno diverso que me gusta mucho, pero que, en mi opinión, suele estar excesivamente relleno, y eso que yo, a diferencia de mi hermana, gusto del bocadillo con chicha y abomino del bocadillo soso que posee tan sólo una triste loncha de salchicón.

Hora de dormir! Mañana hay que levantarse prontito y plantarse en Lexington Avenue con coronita incluida y levantar la mano para que pare un taxi. Eso sí que es nuevo para mí.

lunes, 4 de abril de 2011

Alea iacta est


Toda una odisea podría considerarse nuestra llegada al hotel St. Giles de NY, cargados con nuestras cinco maletas, tras haber sobrevivido a un vuelo de 8 horas y después de un breve paso por el cuartelillo del aeropuerto JFK. Sí, en esta ocasión los tres viajeros fuimos hallados sospechosos y conducidos a lo que los funcionarios de inmigración denominan "the office". Pero esa aventura fue superada con éxito y con poca comprensión de los hechos. El viaje en metro se alargó más de lo esperado pero finalmente alcanzamos la meta del largo día: la habitación del hotel. De ella sólo diré que, como puede verse en la foto, parece el apartamento de Jack Lemon y tiene unos grifos muy bonitos y rollo retro, si bien graduar la temperatura del agua de la ducha es harto complicado.

Esta mañana hemos iniciado los trámites que conducirán a nuestro futuro marriage. Antes de ir al City Clerk, hemos desayunado en el bar que hay en la esquina de la calle, que resultó ser el equivalente neoyorkino de la cafetería Nebraska de Madrid, donde una octogenaria camarera nos sirvió con gran amabilidad un opíparo desayuno.

Ya en el City Clerk rellenamos el consabido formulario en un ordenador que, al concluir, nos dio un código de identificación. Éste número es ALEAD2R7, donde puede descubrirse con toda claridad la palabra "alea". Y es que, una vez rellenado el formulario, alea iacta est, pensé yo. Y más aún cuando al salir de la oficina entablamos conversación con un fotógrafo pseudo-profesional que ofrece sus servicios a todas las parejas que por ahí pasan. Hemos medio-contratado sus servicios para el próximo miércoles y nos ha indicado con parsimonia que él estará ahí o en el Starbucks de enfrente. Y para las mamás que esperan bonitas fotos, mucha tranquilidad, hay un bonito jardín justo enfrente del City Clerk que se llama Wedding Garden y por el que no dejan de pasar parejas recién casadas y vestidas de los más diversos estilos.